09 enero, 2014

EL PUENTE DE LOS CEREZOS







La joven Bei-Fang-Zhi-Xing se ve obligada, por orden de su padre, a vivir durante un año en el remoto pueblo de Xuz-Hai para reflexionar sobre su vida y olvidarse de Sijie, su compañero de cla­se y novio. Allí vivirá con su familia pa­terna en un entorno muy distinto al que está acostumbrada en Beijing: edificios y carreteras darán paso a casitas rurales y campos de cultivo.
Contrariada por este cambio tan radical, Bei-Fang se refugiará en su prima An-Mei y su abuela Lin-Lin, que le ayu­darán a encontrarse con su «yo» interior gracias a las costumbres de la primera y las historias que le contará la segunda relacionadas con la familia. Durante su estancia, Lin-Lin le hablará de dos ante­pasadas con las que abuela y nieta com­parten nombre. Bei-Fang y Lin-Lin, dos hermanas separadas por el destino pero unidas por un idioma secreto que solo ellas entendían, serán el nexo de unión de ambas mujeres.



Pero no será eso lo único que apren­derá Bei-Fang de su estancia en el pueblo paterno. Conocerá de manos de su abuela a un padre muy distinto al que vive en Beijing y que por circunstancias de la vida ha acabado siendo una persona cerrada en sí misma y con una única obsesión: es­cuchar una y otra vez la música de Bach.

Con una prosa mágica, especial y elegante, Blanca Álvarez consigue que El puente de los cerezos te envuelva y te cau­tive, impulsándote a madurar y evolucio­nar a la vez que la protagonista. Además, podrás ver las diferencias que existen en­tre la China rural y la urbana, compuesta de gente con distintas preocupaciones.



El puente de los cerezos fue pu­blicado en 2003, cuando ganó el V Pre­mio de la Crítica de Asturias, y este año Anaya lo ha reeditado por motivo de su quinta edición. Como la primera vez, el libro viene acompañado de unas precio­sas ilustraciones hechas por Federico De­licado que muestran con detalle pasajes de la novela.
Una historia para pensar, madurar, reflexionar y darnos cuenta de las peque­ñas cosas que nos rodean y que muchas veces no sabemos apreciar.

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